en su reino de cielos furtivos con su virgen del día
que era tu hermana.
Y allí se quedó para siempre.
Toda la noche estaba oscura y sin permiso de estrellas
sus nubes, sus casas, tu patio y tus padres
y ni siquiera el ruido del río
aplacaba esa inmensa ventana
catedral de los ave
y de las nupcias de plaza
por la que se movían tus gestos de muda
en la noche de negra liturgia.
Como el primer noticiario nocturno
me quedé pensando:
¿Y si soñaras conmigo en 1970?
No sabía de aguadas, borracheras de guerra
ni afrentas, ni nada
pero ebrio del albo planchado
de leche y de pan
te vi en el patio vecino sin saber ni un te amo
ni un glúteo de abasto
de tu negro colegio de monjas.
Mis muslos volaban tu huella de medias y abrigos
en su propia melena de besos,
razón por la cual me chupé los dedos.
Bostezaban de tedio, tu sexo y tus senos nonatos.
Junto al perro alemán; ninguno ladraba en tu patio
pues tu prenda novata no sabía de coitos
ni si quiera de retos.
Todo en ti
era un libro del que aprendían mis ojos,
volaban mis plumas, caían estrellas.
Me sentía tan grande
que en mí no cabía la aurora.
Ni siquiera el destello de tu espejo de mano
en mi pecho de alumno perfecto.
Y yo no sabía escribir de tu nombre
ni un poema de amor.