lunes

BIBLIOTECARIO





Mi mujer era octubre con revolución, hambre y ambición.
era sarcasmo, búsqueda y exilio.
horizonte brutal, cosquillas
y todo lo que afirmó Bretón.

En la escalera de emergencia 
de cualquier supermercado
mi mujer era cuerpo asombroso de ciudad
con todas sus trompetas de valquiria.

Era fusil, émbolo, ascensor y manivela de París.
Se merece allí, un monumento doctrinario
más grande que la torre
Se merece un desfile de cigüeñas.

Mi mujer arisca era la diva submarina.
Bajo el nado de un tiburón en el acuario de Berlín
profética y mental,  se merecía el Mar del Norte,
su constelación con nombre y apellido
nada menos que una barca de cualquier caleta patriarcal.

¡Chispa de obelisco en la mejor Plaza de Armas!
Mi mujer era la tropa reaccionaria y la traición rural.
Enferma de camelias y de dama
reluciente de ováricos fantasmas
y sádica hasta el tuétano de todas mis corbatas
era la última palabra en mi desempeño empresarial.

Oxigenada en su retrato y depilada en todas sus pirámides
más sensual que una odalisca e inmensamente lúcida,
En palabras propias de Rubén Darío
mi mujer era sonatina y lúbrica libélula.

Era reflectores en pleno bombardeo
hasta la punta de la lengua ilimitada y libre,
como el aire del  ferrocarril con todo su penacho de locomotora
en la estación de Karenina
donde un día vestido de mujer yo la besé.

Cumplí el protocolo que pedía su imaginario Vía Crucis
Y la traicioné con varias amapolas de la ciudad de Roma
Y me traicionó con papistas de otras religiones. 

Fermento del otario y de los Beatles era mi mujer
página anterior y nunca escrita de un disparo insostenible
era la Provincia Recta de aquelarres, sultana emperadora,  
llena de aguijones.

Feroz en toda su dulzura que emitía de un tirón arrebatado
licuó las protestas nimias de mi eximio silabario.
Estocolmo y todos esos síndromes propios de vejez
quedaron chicos ante tal exquisitez.

Mi mujer era la tensa cuerda de un soneto
y estallante trazo en mi varita de mago y de Merlín
a cualquier edad de todas las mejores y anteriores.

Mi mujer era supernumeraria como el fado
majadera en los pináculos del Tajo y Saramago
y en sus piernas descosidas de pupitre
era toda una Pessoa palabreando allí en Lisboa.

Era una menina mi mujer
- lo digo yo - viajando en tren,
clavándome las gotas de su lluvia con placer
que revotan en mi peinado tan propio de la edad
cuando uno se ha olvidado de los besos y vuelve a ser un niño.

Mi mujer era
sí 
es, será
sospecho
-          por decirlo de algún modo  -
todo el texto de mi biblioteca universal.


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