sábado

FRANCISCO


Pude contemplar con asombro
tu precioso latido de muchacho,
palpitando en el brillo dulce de tus ojos
y era el agua para azules caminatas,
lágrima desnuda que gritaba el éxodo del alma.
Te seguía en las lecturas y sombreados.

Pedí respuesta en la sonrisa que era un ave que volaba
y era solitaria en la cumbre del asolado sufrimiento.

El frio viento que desnuda la roca de montaña
codiciaba tu paso elástico y seguro
porque recorrías con tus pies dolientes de tanto andar
la fría roca de montaña y la besabas
Te seguía entonces,  en los dibujos y poemas.

Aquella cordillera tan airada por los vientos y gélidas nevadas
fue tu campo de batalla, laguna de un desierto inmenso,
socavón hermético, volantín  del cielo.

Ella, nada dijo cuando los cóndores rozaron tus cabellos
y  marchaste tan hermoso entre nosotros con tus pies alados
tomado de la mano de las nubes que siempre fueron tus juguetes.

La muerte nunca dice nada y nos envuelve
nos apiña y  acumula en la partida desde siempre
Lo hace,  para que el  éxodo de tu alma llore por nosotros.