Ni las frutillas aparentaban de la durmiente bella
el corazón sangrante de los campos
ni obeliscos basiliscos fundando la presencia eterna de la guerra
y de perpetua indiferencia en los anclados destructores
fondeando abiertos vientres turbios
Nunca fui de aquel país jamás.
El moho de los encallados lloró antes que todas mis futuras lágrimas
Para ver cómo se entierra un buque en las olas gigantescas
Olvidaba el mar
Le hice caso y le di de mi jarabe que apestaba
Están celebrando coros divinos en esta ronca tarde
De la infancia
De la infancia
Así fue
Saliendo a mar abierto
En ese campo de verano mi prima era estival y trigos
cuando en el frío y negro arroyo hoy aún vigente
sus blancas nalgas suecas se mecían en mi desnudo sueño
Dispuse en muslos que abrieron su telón de voz profunda
fusilando la sombra ardiente de mis días.
Los barcos están en mi vida
como si me hablaran las heridas de las piedras
o cuchillos
abriendo la magulladura de cirugías eminentes,
pomposas
y ese olor de muerte
que aglomeran los peinados en el fieltro de sombreros
en las flores plásticas donde quedan todas las tristezas para siempre
como lágrimas que nunca secan
y que confundí con mariposas.
De esos desconocidos pájaros
que no vuelven al perfecto nido del motor
y del cual salió esta ave flaca
es imposible saber si sobrevuelan la distancia de la ruta que soñaron
o al menos imitar su canto de astillero;
es lo menos que quisiera mi plumaje.
Si no fuera por el insistente paso a paso sobre el mullido pasto
de los textos y tontos manifiestos
nunca pasarían volando los campos de mi razón primera
ausente por las campanadas de su muerte
que palpitaron estridentes cada vez que abría un diccionario.
En contrario
puedo creer que en las clases
el profesor era terrible pero contaba cuentos de felices
de los alimentados con perdices
y las encomiendas con sus dulces y galletas
tiraban humos de tibias chimeneas.
Pero en cada trayectoria
uno siempre viaja con las piedras que te lloran
con los marciales bronces que acontecen en los patios de recreo
con el maestro que te dio una mano
y que sería para siempre el universo esplendoroso de tus vuelos.
No me quejo de las horas con su montón de tablas
en el piso del gimnasio o en el cielo de mi sala
porque fueron aeropuertos para vuelos verdaderos
de mis tibio resplandor en el leñero.
Me quejo del silencio inmenso.
cuando en el frío y negro arroyo hoy aún vigente
sus blancas nalgas suecas se mecían en mi desnudo sueño
Dispuse en muslos que abrieron su telón de voz profunda
fusilando la sombra ardiente de mis días.
Los barcos están en mi vida
como si me hablaran las heridas de las piedras
o cuchillos
abriendo la magulladura de cirugías eminentes,
pomposas
y ese olor de muerte
que aglomeran los peinados en el fieltro de sombreros
en las flores plásticas donde quedan todas las tristezas para siempre
como lágrimas que nunca secan
y que confundí con mariposas.
De esos desconocidos pájaros
que no vuelven al perfecto nido del motor
y del cual salió esta ave flaca
es imposible saber si sobrevuelan la distancia de la ruta que soñaron
o al menos imitar su canto de astillero;
es lo menos que quisiera mi plumaje.
Si no fuera por el insistente paso a paso sobre el mullido pasto
de los textos y tontos manifiestos
nunca pasarían volando los campos de mi razón primera
ausente por las campanadas de su muerte
que palpitaron estridentes cada vez que abría un diccionario.
En contrario
puedo creer que en las clases
el profesor era terrible pero contaba cuentos de felices
de los alimentados con perdices
y las encomiendas con sus dulces y galletas
tiraban humos de tibias chimeneas.
Pero en cada trayectoria
uno siempre viaja con las piedras que te lloran
con los marciales bronces que acontecen en los patios de recreo
con el maestro que te dio una mano
y que sería para siempre el universo esplendoroso de tus vuelos.
No me quejo de las horas con su montón de tablas
en el piso del gimnasio o en el cielo de mi sala
porque fueron aeropuertos para vuelos verdaderos
de mis tibio resplandor en el leñero.
Me quejo del silencio inmenso.
En el país de viento y nieve no había trenes
pero soñaba aquellas máquinas de blancas nubes
de vapores limpios con ocultos ángeles y humo de dragones encendidos
Pero eso lo soñaban todos. En esa patria
viajar lejos de allí era el mandamiento antes de Dios
y dejar un recuerdo para siempre pretendí
pero etérea y leve concurría
como esa espuma blanda y estela de las hélices
mi vida
Algún día subiré a los trenes, me decía
creyendo que el humo era algodón muy dulce
que yo podía guardar en mi bolsón para más tarde
y viajar así de polizón en su dibujo de papel impúber.
Pero siempre tuve miedo de bajar en una estación desierta.
Y tal vez hoy día los nuevos guarda vías
no dejarán que estos pasos viejos
o larga vía de los rieles regresando al punto de partida
desconozcan como imberbes nuevos,
desde dónde viene con humilde ciencia este dolor
del que aprendió a viajar con lo que fue murmullo apenas.
El sol cambiará el color de mi piel en el país exótico
mis nervios se harán elásticos pasivos
y expandirá risotadas en una paisaje que apenas imagino
el sinsabor de mis malos alimentos;
…del alma
es lo que apunto.
Es lo que lloro allí en lo oscuro
en las gaviotas de la playa vigilando
Y yo con ellas hablando ese idioma numerario de pañuelos
donde el futuro es inalcanzable
y las nubes parecen gerentes importantes.
Tal vez por eso tomé un color de pretéritos confines
pero la mirada me delata pues nunca pudo ser la gélida
y tristeza eran mis harapos ondeando a la ventisca impía
y mis deshuesadas catedrales pánico
Clareaba la mañana con la dorada herrumbre de las alboradas
por la garganta ardiendo de los gallos.
Y era convincente el paso de mi abuelo rasgando el huerto
con su boina de negro espeso y atento al nacimiento de los huevos
blancos como sus almidonadas níveas y delgado como escarcha.
Cada vez que pienso en él
recuerdo que la hojas de los árboles cantaban
de alegría o de terror por su porte de perchero, estaca o de listón
Está aserrando troncos con sus parásitos de invierno después de los deshielos
atrás están las aves, las lechugas, los ruibarbos; todos serios
y la familia exigua
con señoriales poses frente al fotógrafo del trípode.
Sólo miran
a ver si en los ojos alguien reconoce sus orígenes
sus largas travesías de remotas borrascas y naufragios.
Es que ellos no saben sonreír.
Sólo saben empinar el cuello
y apoyar su manos limpias en el par de rótulas
Es
lo que aprendieron de sus muertos. Así era Miguel mi abuelo.
Reventando bajo quilla no hay témpanos del alma
que perduren con paredes rígidas y azules
pues el mar lamiendo todo lo consume
entonces lo que vale se esconde en los baúles
como pensó el arponero en Moby Dick y
mi prusiano abuelo
pulcro con su mirada azul y flaca atesorando el azafrán
sus sábanas de lino y su té Ceylan en cajas.
Mi abuelo era lo más parecido a los reclutas
austero, sobrio, frugal, duro
soldado nazi de los filmes.
Creo que sería por su alemán origen
o por el vértigo de su pensamiento vertical temible.
sólo hay que esperar que llueva orondo a diestra y a siniestra
y sentir gotear la pérdida
lo sé porque alguna vez creí ver en sus ojos
esa gota que resume todo
porque eran azulinas sus pupilas
y también sus tempestades grises.
Los ingenuos empacaron sólo sueños vanos
pues no llegaron ni siquiera los bolsillos de las gabardinas
ni a los vinilos con sus ecos trasandinos, a lo más; el vino
a las cazuelas en casas quintas
o el juego a la rayuela y los tejos en la boca de una rana abierta.
Atrás quedaba el truco con sus versos
y la pluma cómplice del abuelo con su nieto.
Acontecen las aves gorgoteando solitarias en el campo inmenso
tomándome las manos en la ronda exacta
de unos ríos nuevos o crótalos de vidrio lívido
y me encumbran.
Y los caballos que montaba ni alcanzan a galopar
las pampas amplias de mis soledades prófugas.
porque de infancia y de vejez, de lagrimas y risas
mojaban sin tocarme la cabeza de mi abismo
ni el silencio mentiroso de mis pies podían.
Es lo que veo quieto al medio de estos puentes.
Cero grados y agua nieve persistente.
cómo si pudiera
el mar abierto
el mar sudario al mar sereno o lágrimas de Eva
a donde irán las de mis ojos. Olvidarle
¿Quién pudiera?
Puerta que nunca quise abrir hacia mi pecho era el mar de abismos
Aun guardo esa palabra en mis bramantes años
como un silbido y sus vendavales o banderas blancas la rizada
entonces guardé como un barco en la botella los naufragios
y con su congénito horizonte que fue mi ancla amartillada
lo hice parte del escudo de mi patria infante,
blasón colgando en los dinteles y código de estirpe
como herencia de planetas y sepulcros. Casi un ángel.
Pero mi último enemigo ahora que vivo en la buhardilla
no es el vino ni el olvido
ni las sillas de felpa con sus resortes en la arpillera vieja
ni el cardador de lana inflando los colchones
o la ostentosa nalga apretada de la nana Berta
ni ese pan artero del hotel que imita sin vergüenzas
la mano insuperable de mi abuela;
es el calendario
que con
o sin razón
salta en lo terrible de la tarde con sus filigranas cojas
y sus flores peregrinas entre tanta ausencia creyéndose importante.
En la casa sola
es el único que canta los domingos con sus letra rojas.
Estoy hecho un nudo confesando con lágrima pequeña
y tan sucia
que de mi vida no sé acallarlas, ni secarlas todavía
en el redondo marco que recuerdo de la patagónica guarida.
El duende jugando con mis bolitas de cristal
caminaba sobre el agua del barril que temblorosa tiritaba en sus olas diminutas
Me goteaba el miedo a olor canela y musgo, lo juro.
Mientras sucumbían mis verrugas me decía: calla, calla para siempre
y aprende la cimarra que allí están todas las lecturas.
dejándolo caer en la punta de los hongos que crecían en el pino de mi plaza
a cambio
los jilgueros comían de mi mano las vocales del silbido
y el pan de ángel guardado en cada Biblia
me alimentaba con palabras viejas de caligrafía y tinta
razón por la que me aprendí a cantar boleros.
Aunque las claraboyas de la barca se crean de par en par abierta
son redondas ciegas oteando ese paisaje plano
y regresando siempre a su punto de partida
con retratos familiares y vidrios mustios
Era la esquelética agonía de cuadernas y cadenas bardas
en el alma panda de mis playas.
Hay que dar un paso más hacia el paisaje
Y así saber cuánto me he cansado en la pintura enmarcada por el bronce
que mi tío confundía con nuevos horizontes.
Flexionada con gimnasia, encajes y maromas
cada tarde canta con su vino a cuestas
sobre el horizonte de mi amada eterna
Malena Magdalena
Parada allí en la puerta me sonríe con sus ojos todavía
travesuras que todavía resisten el bordado enamorado
un poco más abajo de sus ingles infantiles.
Lo triste es que te besé cuando ya estabas casada.
sólo entonces tus jugosos labios alguna vez pude alcanzarlos
pero apenas fue un abrazo sin sabor a nada
razón justa por la cual reclamo muchos besos de ese labio eterno
que dibujó los triunfales arcos donde creí pasar agasajado
y me dejaste iluso.
No sabes lo que extraño de tu boca esa mascada.
Que sea yo el que lo diga
en la maratón de esta caminata
es lo importante.
Es la casa de mi tío bailando con su traje a rayas la taberna
y al extremo de este tango con su fiera pinta
de vinilos treinta y tres un tercio
de bufanda última convergiendo medio a medio
de pecho vasto o su amplia cabellera rubia
revoloteando el vaso de un dorado vino está mi tío
moviendo sus orejas no por tic si no por cándido.
Es muy tarde para llamar a todos
y esperar que juntos hagan coro en la cantina
o que en el boliche de la esquina griten
Cántame esa de Gardel Lepera.
No te molesto más Miguel
Y deja tus bigotes rubios sobre la sonrisa que me dabas
cuando Margarita, la madre de Malena, correteaba por tus faldas
Ella también era casada.
El Bazar donde guardabas los bombones, los botones,
las cintas y zapatos nuevos que robé
no lo abriremos más.
La campanilla en la puerta de tu boliche austero
ha dejado de cantar.
me sangran los dedos pero más sudo en las manos
y al saber que estoy muriendo
es lo que más cansa cuando
de la infancia que recuerdo o muero,
evoco.
Nona abuela
sigo caminando como si llorar fuera golpear las puertas
de algún vecino amargo
de viejos galpones y eternos pabellones
de la bulliciosa fábrica de jugos
donde afanados usan altos zapatos de madera
que en sus pasillos de tablones y azucaradas tardes
apenas dejen saborear ese aroma rojo que llamaban
rubí de azúcar al crepúsculo de nuestras risas.
Regresé a mirar aquella puerta con sus dos ventanas
ya tapiadas por quienes empezaron a olvidar
pero tuve fuerzas suficientes para estirar mis dedos
y acariciar aquellas tablas grises y agrietadas
donde rebotaba todavía el viento con tus cuentos y oraciones falsas
Si contártelo pudiera
ni lo creerías;
abuela, está tu letra impresa con su Ángel de la Guarda todavía.
Parecieran ser butacas o timones o encalados moscardones
los huesos amarillos de las vertebras cetáceas
del patio de lo que fue mi casa
Esa debiera ser la escalera larga para subir al cielo
pensaba
pero ahora los peldaños son más largos que mis pasos
y sospecho que de allí vengo bajando.
Transparencia de leves pensamientos en la mirada de los vidrios
o manta de los techos con sus chimeneas es la ventana amplia del ensueño
de ropas del planchado con el plegado exacto de crédulos rincones
y que leía intrigado por si eso era la hermosura
Son los espacios de la tarde que suceden en la pulcra casa de Marina
Y es de donde viene el viento
cuando sobre mi cuerpo vierte al agua tibia de su amor inmenso.
Lo cierto es que estuve sucio por falta de cariño
Y bautizaste hermana de mi padre,
mis dolores con la esponja blanda del mar de tus corales
bañando las costas de mi primer bautizo.
Pero ¿a quién podría importarle este decir aquí en silencio
cuando tu sonrisa llena sigue intacta después del medio siglo
y ni siquiera sé si estás durmiendo?
Aleteos perversos en las aeronáuticas distancias
y los cines que sonríen victimarios victorianos
al descendiente que al leer se me emocione
de las peroratas aburridas del que ha muerto
porque aquí pasó el que imaginaba sabiendo que vendrías
a preguntar por dónde fueron las ventiscas
causante de tantas despeinadas.
Es lo que veo en esta pátina a balazos lentos.
Causa de tantos victimarios
fue víctima del día sin noticias importantes
el que aquí te escribe.
De los zapatos que se pierden entre todas las mudanzas
y de la gotera innumerable del dios que aparentemente existe
del dios de otro dios con divinos dioses
con escaso metro del centímetro aguinaldo
y el notario juro cruz al cielo de los amores póstumos
nada fue importante en la ciudad austral perdida
con la salvedad en la vidriera expuesta, de mis presuntas madres.
Trinitarias, morados terciopelos, tejidos al crochet
Pieles de leopardo y un oscuro cuervo en su dorada jaula
Es lo que recuerdo de una vecina almendra confitada.
Me limpiaba los pies en el felpudo antes de entrar
por no contaminar el consulado del presagio
Y el cuervo con su negro pétalo o enigma
que era el funerario azar se me inclina con un sólo ojo.
Siempre me dio miedo
aquel hogar de bordados fríos
pero me gustaba su dulce de ruibarbo
Y “tristes somos los que no nacimos de los dioses”
me decía tendida en el diván la tía risotada de los tules
para justificar toda su miseria de cariños, lejanías y distancias
que jamás cubrieron el nombre de Susana
pero si vieras tú
hasta donde alcanzaron las huellas de su amor,
ni creerías.
Nunca tuve miedo de la noche oscura
como sí lo tuve de las calles solas donde el gris
era el guardián sediento de todas mis húmedas visitas.
Al peluquero escondido en las aceradas gaviotas tenebrosas
toqueteando la punta erizadas de mis porfiados pelos aterrados
le escuché historias de quemados que sin narices
percibían el olor de muertos en mis flores de papel
y al panadero contar de asesinados
como espigas alineadas o teclas del humano piano
al silencio o viento de una marcha fúnebre en la calle.
Todos los barcos y además todos sus pájaros
me refiero a los que pasaban sin pararse frente a mi playa
me parecía el destino o un designio
de futuras guerras, evasivas travesías al país lejano
de sombras, pieles, oro y epopeyas delirantes
a los claroscuros de universo de mis bosques
lavados por estrellas que arranqué de páginas y lágrimas.
Por Dios; mira como nieva
sobre el ruido constelado de las calles
La nieve que caía no emitía ruido alguno
ni las ovejas al degüello reclamaban
La naturaleza era el pasto que crecía
las aves que flotaban entre los dedos invisibles de las ráfagas
y ese extraño sentimiento de abandono entre las nubes
de radionovelas abundantes y antenas de siniestros pero dentro de los huesos.
En el país de aquel jamás, el discurso oficial era abandono
incluyendo al intendente, al alcalde de la playa y Magallanes.
Qué hermoso monumento me amarra al inicio del país
el poderoso pie sobre el cañón de alguna nave y el dedo gordo del nativo
apuntando juntos hacia el norte, hacia el centro del país
eran la brújula con sentido y con destino
la epopeya era de bronce trayectoria
y yo el cañón de carne infante.
Me gustaba la lectura hasta donde alcanzaba la mirada
En mi tierra era posible aquello
La distancia era más lejana desde cada punta a punta de mis alas
En la medida que abría algo de mis páginas alertas
El océano nunca se acercaba
más bien era protector de náufragos pretéritos
Las medusas que parecían pensamientos transparentes
cedían sus enigmas y acertijos.
- La galaxia está a tus pies desnudos dada - me decían.
Y la arena era oscura, fina, pero mi huella aún era pequeña
como para fundar algunos sueños en esa playa de olas pequeñas
a lo más
sería un puerto del hambre si a creer yo me atrevía
o me quedaba.
que de todo el vendaval que me cruzaba
por las avenidas y el cementerio de mis aves
mi gran abuela madre hizo de viejas velas un atado y despidió
toda mi ignorancia
cuya tela en un billete con mi vida ya trazada por sus besos
fue mi mejor paracaídas.
Mi barca fue botada al agua en las gradas de algún sobrante día
Dicen que conmigo nadie podía descubrir mi arboladura
Ni adivinan el aparejo eximio al interior del pecho
Así es que sólo me lanzaron al medio día en el puerto con viento sudoeste
O el soplo leve que creyeron necesario
Quizás adivinaron que mis anclas apenas eran pañuelos de viajeros
como el velero del que cayeron los abuelos, los emigrantes ángeles
Y salí dando tumbos
y perdiéndome creyeron para siempre
pero no supieron que nací sin anclas
al menos esta nave lo creía porque siempre estuvo a la deriva
el corazón nació al garete
Hoy, radiantes luces o mis hijos
Me dicen ¿por qué nunca estás?
Y yo quisiera contestarle sin culpar a nadie
que es porque no me creo
ni en las cordones de mis pies
ni en la correas de la fábricas
ni de mis relojes póstumos
que nací estando de paso y de prestado
incluso para los que quisieran clavar raíces
en algo tan concreto como los nuevos cementerios
les digo
que lo económico es cremar de cara al viento inmenso
lo que queda
porque nada hay más transparente que sus vendavales tersos
abiertos de par en par hacia los cielos
regresar al polvo de mi ciudad soñada y zapatos de viajeros nuevos
aquellos que por primera vez se calzarán los huérfanos de afecto
y patria al fin de mis notorios desencuentros
y que lo sepan; soy clarividente insigne de los humos muertos.
Pues bien;
Caí como un astro impávido sentado en alguna sala de espera
Mirando correr los pasajeros apurados por cruzar la cordillera,
esa que ni las nubes sobrevuelan.
Allí estaba en tierra extraña asado por un sol blanquezco
Encandilado en mi maleta de juguete y el portero arisco y bizco
En la ciudad del sol más nueva y pobre pero luminosa
Cayeron mis colchones secos y los restos fríos de lo que fue mi bicicleta
Y enfardados fueron viejos muebles sin vitrinas
Nada tenían que hacer allí
Si alguna vez los creímos importantes fue porque no valían nada
Pero eran tablas de náufragos furiosos y ostentación venida a menos.
Ni siquiera los fantasmas con sus pupilas enlutadas
sobrevivieron las bodegas húmedas de aquella motonave
Navarino o Villarica
Qué iba a perdurar algún orgullo magallánico.
Nadie ya recuerda aquella nave para pasajeros
que al cruzar por los canales tan angostos
con sus dedos tocaban los acantilados las navieras flores
orquídeas
eran verticales densos por el verde Ulises
y por las historias de mi tío Miche
perdido en las Itacas de bares y cantinas
transando el cachivache por su bebida mísera
y un vino blanco para las húmedas bodegas de su alma.
nadie pasa sin pagar sus Penas por el Golfo
a respirar esa espuma moribunda y fúnebre,
se conoce el tamaño de las olas verdes
y lo pequeñamente inmenso de nuestros menesteres
y la sin razón de los deberes.
El mar no es ni más ni menos que una lágrima de Dios
Sudario que te envuelve si lo quiere
Imprudentes carromatos con sortilegios y relámpagos
parecían los insectos de aguijones y venenos
Brotado de molinos ya sin vientos recibieron la mirada firme
los contornos y las calles de la ciudad, del inquilino nuevo
Ese que decían:
Es malo,… no sabe ni jugar porque es rubio blanco
Son prejuicios que siempre tienen esos negros
parecidos a los que decían: es un pelirrojo
malo, como el terremoto.
La periferia era apenas una cerca
y no el universo sin fin al que estaba acostumbrado
y los ignorantes ni sabía que del doméstico infinito era un longevo.
¡Qué me iban a enseñar aquellos desnutridos
de que soñar era una patria!
Ni siquiera los pájaros volaban lejos empujados por el leve viento
pero en el aire había metafísica y las golondrinas
de un poeta con bigotes donde sostenía mis balcones
me traían bellas maduras voluptuosas y casadas
eras tú Elena adulta que no sabías el deseo de los niños.
El sol me penetraba la pupila
calcinaba mi nieve eterna
pero le fui fiel a ella con el color de piel
Creciendo
serpenteando despellejaba soledades
Mi cutis cutícula y ásperas delicadeza del eterno cosmos
estaba en el exacto seco de la polvareda donde la única humedad
eran mis lágrimas de doce años
que cantaban como espinas cual cigarras en pleno enero ardiendo
así ni más ni menos
vi que aquí cantaban las piedras y los peñascos
con vozarrón de bosques secos
sobre la corona de esqueletos secos
bajo las cavernas de un adiós también seco
Pero estaban como áridas las suaves telarañas
cazando el ojo del nocturno cielo
para volver a ser en agua, limpio y pleno y seguir llorando.
Abejas, flores naturales y asteroides con catástrofes y otoños
Frutas y descalzos pesimistas
Pobres miserables ebrios y tomates, descalabros
y repollos con aroma de mujeres brunas y ojos azabache
La sombra aquí tuvo sentido y el calor egipcio
permitía conocer la sed y dormir valía el sacrificio
Hay palabras como talismanes
y Quilpué estaba en los atónitos frutales
y en sus colinas los crespúsculos fructuosos
de un pequeño continente.
era la Doña en el pajar de campos
y los radiantes juegos de silos apuraban su galope y su doctrina.
Era patrona, Doña y viuda sin las flores del enero.
Yo; el menor de los mozos sentado entre las sombras
la miraba
Rústicas era las moras
que apretaban los bigotes de aquel nocturno emblema
Por los pasillos anchos, silenciosos y calientes
cruzaban siervos con sus largas velas de cebo y celo
y con sus blancos pendones fulguraban
nocturnos chispazos del mediodía en tu alcoba inmensa
con hamacas, almohadones y tapices.
En la colcha de seda respirabas hambre
del penetrante mar del corazón de seda
mis telas mantenían la sal de mi niñez intensa que te apetecía
Bárbara, aún te siento en los cuarenta
arrancando a granel los miedos castos a este infiel de tumba.
las dudas que aparecían en el peor momento:
¿Habrá llegado el hombre a la luna?
¿Qué vale más; octubre, las nubes o el numen?
¿Las deudas? Me aturdes. ¿Salivas perfume?
y los radiantes juegos de silos apuraban su galope y su doctrina.
Era patrona, Doña y viuda sin las flores del enero.
Yo; el menor de los mozos sentado entre las sombras
la miraba
Rústicas era las moras
que apretaban los bigotes de aquel nocturno emblema
Por los pasillos anchos, silenciosos y calientes
cruzaban siervos con sus largas velas de cebo y celo
y con sus blancos pendones fulguraban
nocturnos chispazos del mediodía en tu alcoba inmensa
con hamacas, almohadones y tapices.
En la colcha de seda respirabas hambre
del penetrante mar del corazón de seda
mis telas mantenían la sal de mi niñez intensa que te apetecía
Bárbara, aún te siento en los cuarenta
arrancando a granel los miedos castos a este infiel de tumba.
las dudas que aparecían en el peor momento:
¿Habrá llegado el hombre a la luna?
¿Qué vale más; octubre, las nubes o el numen?
¿Las deudas? Me aturdes. ¿Salivas perfume?
Me alterabas la noche del rural verano.
toda la altura efectiva que mi grueso permitía y prometía
Coro fiel de tus dulces baladas con centímetro exacto te medí
y era apenas culpable mi amor de ariete y garbo
Entonces herida con tu ira de cuero y con tu Credo apenas
me azotabas con tu fusta y el fino taco en botas
y mi gesto trazó las curvas con la comba roja de tus piernas
estoico soporté tus lamidas crudas
tu desnuda corva y pagué mi primera cuota de locura;
en la coja flor de magras carnes
con mi profundo silencio presuntuoso
Sátrapa; me dirás cuando sea viejo, basura
mis recuerdos lerdos.
Bárbara,perdió la brújula de mi nuevo escrúpulo.
y fue por esta, la absoluta exacta vez.
el recuerdo del verano más que habité.
maliciosa y cruel señora
que no pasas hacia el frío, en los años, siglo, olvido
del obsceno bolsillo adolescente
en el verano del setenta y dos, no olvido. Yo no puedo.
No lo permiten,
los damascos dulces del vetusto patio
que maduran al calor de los verano que se pudren yermos,
estupendos,
hoy.
Yo no estoy soñando y ni recuerdo ya
lo que el mar golpeando en mis talones era
De furiosa cabellera, polvo ajado ahora me golpea
No existían dragones ni siquiera cuchilladas
a lo más
el sol con esa cruz de brillo provocaba rezos.
Las ciruelas como gotas del ocaso en mi cielo roto
caían de las ramas y rodaban en su romería.
El sol se va, mamá
y llega la bodega por el tejado roto
como un ojo pálido a la hora de las cartas viejas.
Y en la plaza se reúnen las señoras
en sus húmedas parroquias y sus horas rústicas
se sumergen en sus torvos párpados
a respirar precisas sobre los cantos lúgubres
de oraciones que conozco de memoria y que silencio
porque las sé culpables.
Tu frente es amplia María llana y franca
De otras amé
pero de ti amé tu rostro
tus ojos y tu sonrisa abierta para recibir la dicha
esa perpetua y blanca
que en mi recuerdo se grabó perfecta
para las uvas que están abiertas.
Lo amargo de esta confesión es que nunca te besé
A lo más, te di caricias
y te soñé despierto.
Hoy quisiera no tener historias y llegar a tu vestido
nuevo
como si aún fuéramos niños
y tus nietos o los míos
sueños.
Dicho todo eso me casé
Multipliqué
Y para no ofender a la desposada
Hice de mi vida cada día un verso
Para matarnos de la risa
Porque sobrevivirnos siempre fue un esfuerzo
amar los críos
sostener esta guarida con sus peces y sus perros
o loros y canarios
y querernos
reírnos siempre con el servicio público
y el servilismo de los poderosos
con las revoluciones y con el consumismo
fuimos ricos pobres y sumisos
no cabe otra cosa que decir
…
amamos.
Y que los otros se den por satisfechos.