lunes

POEMA PARA CONVOCARTE.


Alguna vez fui necesario para la lluvia;
indispensable.
Sin mí la lluvia es,
era, creo,
nada.

A causa de ella escribí poemas
pero los poemas eran húmedos y tristes.
Se me salían húmedos suspiros
y creía ella
que mi vida
que mi vida era nada cuando no llovía.

Pero yo sabía caminar en solitario,
en la anchurosa arena seca
y hasta en los blancos hielos muertos.
Me nombró una vez
golpeando en mi ventana anónima
sin sospechar que yo tenía mis propios humedales.

Y cómica
jugaba con sus mil caras de lágrimas o burlas
para que yo saliera del vidrio plano
que era mi rostro pegado en la ventana.

Ella pensó que el reflejo era mi vida
y que los mínimos reflejos eran mis besos
pero como blanca y virginal paloma,
sí señor; se equivocaba.

Ella no sabía que era trasparente y fría
como la ducha de mi vida de escolar interno
con escasez continua de fiel temperatura.

En la cascada de los montes,  
o inclinado en la vertiente cual Narciso, desnudo me bañaba
y aplacó mi sed contra el espejo inmenso
porque al fin y al cabo,
me decía;
somos todos frágiles del agua.

Y me lo decía con el rocío dulce de sus ojos
sostenido en los finos pétalos de esa rosa
que nunca adiviné por qué en invierno florecía.

Pero me amaba,
la  lluvia
y me espiaba cuando la tibia ducha del motel me enardecía.
Lo supe por la iracunda espuma de sus diluvios mustios
cuando me dijo con desconsolada bruma:
tú no sabes lo que es beber con ataduras.

Pero mi sangre roja era espesa 
de noble hixodalgos y falsos abolengos
y la de ella tenue vapor enamorado.

Sus regalos eran los musgos y los hongos
y la escarcha carcajada rebotando entre líquenes y nieve.
Su amor por mí, por dios; era copioso.

Sus perlas sorpresivas en las telarañas de mi patio
eran la ofrenda enamorada de sus redondos labios
y mi interés por lo demás era precario.

Debo confirmar que sus besos eran gotas
perfectas  con su  amorosa redondez
Y si acaso fueron imposibles lágrimas de enamorada
nunca me di cuenta
porque sobre las hojas de mi vida
sólo fueron perlas luminosas
que algún sol de la mañana  al clarear se llevaría.

Aún me llueve cada invierno.
Ella sabe que la quise
que la amé como a ninguna en esa tarde triste
y como debe ser; en un lugar fugaz.

Es pleno invierno
y la recuerdo con mi propia lluvia torrencial
que son mis lágrimas de olvido
cuando veo las goteras de mi casa.

Por eso cuando claman porque ya no arreglo el techo
Yo les digo;
a esas goteras déjenlas en paz
que penetren y reboten
hasta inundar este vacío hasta el final.
.