Fue el primer gesto de la punta de tu espada
el trazo de la voz
NOSOTROS
y el que explico ahora:
Y tú ibas a fundar, Pedro de Valdivia,
el Santiago de la Nueva Extremadura.
Rociaban los cascos de tus potros huella nueva.
Y era nuevo semen
la tropa de las voces y la cruz con ese dios abierto.
Aquí
lo nuestro y la codicia vuestra con su germen
Allá
el desnudo con su despojo eterno.
Y en las agudas cumbres de los Andes
las diosas veneradas abrían sus bocas asombradas
a los que bebían de sus lágrimas sedientos
y rezos nuevos para sus pecados viejos
con extraños ademanes y tormentos.
Y estaban los glaciares disipando nubes en su cúspide.
Y destilando gotas como dardos que eran agua nueva
para bocas extranjeras
bajo el ojo primitivo de los cóndores.
Dos abrazos líquidos y una inmensa calavera;
corrían las aguas del Mapocho que era el río
y Huelén la roca viva.
Se trazaban cuadra a cuadra las auroras ya robadas
bajo el cielo de la mejor constelación.
Y a pesar de la caligrafía de las flechas
el gesto de la punta de tu espada
separaba lo tuyo de lo nuestro
pues eran ciento treinta y ocho varas
el perímetro de tu infausta dentellada.
Pero tu geometría con fracciones tan cuadriculada
de lo tuyo, de lo mío
y en el gesto de la punta de tu espada
fue la cruz indicativa, sepelio,
procesiones con las nuevas redenciones
para el cuerpo que ya estaba y se moría
al calzarte las espuelas, latas y osadías.
Así trazó el nuevo miedo esa larga empalizada
con montículos y espinos
el poste del garrote
la capilla con su velo de hojarasca
y sus rezos asesinos
estando medio a medio en la explanada
del martirio y del azote
donde sería las cabezas de caciques rebanadas.
Fue la punta de tu espada
de norte a sur en gran longura
tierra amarga para el paladar de tus soldados
Y de oriente hasta poniente
tierra fértil para tenues bravos y creyentes
no más ancha que tu sobria empuñadura.
Era el aquí
AHORA
el punto exacto de tu nueva Extremadura.
Al final de toda tu jornada
sólo fue tu cráneo
vaso, recipiente, cáliz
de la borrachera vengativa de Lautaro.
Y te hicieron el signo de la cruz
con la punta de tu propia espada
justo allí donde lo quiso tu estocada.
el trazo de la voz
NOSOTROS
y el que explico ahora:
Y tú ibas a fundar, Pedro de Valdivia,
el Santiago de la Nueva Extremadura.
Rociaban los cascos de tus potros huella nueva.
Y era nuevo semen
la tropa de las voces y la cruz con ese dios abierto.
Aquí
lo nuestro y la codicia vuestra con su germen
Allá
el desnudo con su despojo eterno.
Y en las agudas cumbres de los Andes
las diosas veneradas abrían sus bocas asombradas
a los que bebían de sus lágrimas sedientos
y rezos nuevos para sus pecados viejos
con extraños ademanes y tormentos.
Y estaban los glaciares disipando nubes en su cúspide.
Y destilando gotas como dardos que eran agua nueva
para bocas extranjeras
bajo el ojo primitivo de los cóndores.
Dos abrazos líquidos y una inmensa calavera;
corrían las aguas del Mapocho que era el río
y Huelén la roca viva.
Se trazaban cuadra a cuadra las auroras ya robadas
bajo el cielo de la mejor constelación.
Y a pesar de la caligrafía de las flechas
el gesto de la punta de tu espada
separaba lo tuyo de lo nuestro
pues eran ciento treinta y ocho varas
el perímetro de tu infausta dentellada.
Pero tu geometría con fracciones tan cuadriculada
de lo tuyo, de lo mío
y en el gesto de la punta de tu espada
fue la cruz indicativa, sepelio,
procesiones con las nuevas redenciones
para el cuerpo que ya estaba y se moría
al calzarte las espuelas, latas y osadías.
Así trazó el nuevo miedo esa larga empalizada
con montículos y espinos
el poste del garrote
la capilla con su velo de hojarasca
y sus rezos asesinos
estando medio a medio en la explanada
del martirio y del azote
donde sería las cabezas de caciques rebanadas.
Fue la punta de tu espada
de norte a sur en gran longura
tierra amarga para el paladar de tus soldados
Y de oriente hasta poniente
tierra fértil para tenues bravos y creyentes
no más ancha que tu sobria empuñadura.
Era el aquí
AHORA
el punto exacto de tu nueva Extremadura.
Al final de toda tu jornada
sólo fue tu cráneo
vaso, recipiente, cáliz
de la borrachera vengativa de Lautaro.
Y te hicieron el signo de la cruz
con la punta de tu propia espada
justo allí donde lo quiso tu estocada.